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  • Una vuelta a los orígenes

    Viajamos a los inicios del Mediterráneo, por un paseo de culturas y civilizaciones.

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Viajamos a los inicios del Mediterráneo, por un paseo de culturas y civilizaciones.

Día 1: Mahón, puerta natural del Mediterráneo

Fortaleza de MahonLangostinos Menorca

Estrena tu diario de viaje en la gran capital de Menorca, Mahón, la ciudad que fue y sigue siendo puerta natural del Mediterráneo. Tomando la máquina del tiempo, que te acompañará en todo tu recorrido por la isla, vete directamente a sus orígenes: cuando el general cartaginés, Magón, hermano del famoso Aníbal, llegó a ese territorio natural prácticamente virgen. De ahí viene precisamente su nombre, Mahón, que se ha mantenido a lo largo de los tiempos, imperios y conquistas.

En la capital, en sus calles y sus monumentos podrás ver huellas del imperio romano que vino justo después de los cartagineses. Y de los bizantinos, los musulmanes y normandos, que la ocuparon y combatieron hasta que quedó bajo el mando del Califato de Córdoba. Reconquistada por Alfonso III de Aragón, la paz no duró en la codiciada isla mediterránea mucho tiempo: si caminas por el litoral de Mahón, pronto encontrarás las galerías subterráneas sobre las que se levantaba el castillo de San Felipe, una obra que nació como fortificación defensiva tras uno de los peores ataques piratas que vivió Menorca, protagonizado por el temido corsario Barbarroja.

En ese mismo litoral, en los alrededores del puerto, encontrarás algunas de las piezas más significativas del legado británico de Menorca. Los ingleses fueron dueños y señores de la isla durante el siglo XVIII después de que se les fuera concedida en el Tratado de Utrech. Durante ese tiempo, se levantaron las torres de defensa que hoy se pueden ver en la costa de Mahón (y también en otros puntos de Menorca como Ciutadella o Fornells), se abrieron nuevas vías de comunicación por el interior de la isla y se convirtió el puerto en un punto vital del comercio y la defensa militar mediterránea. Se levantó también el fuerte Marlborough, que hoy en día se puede visitar, y se dio nueva vida al hospital militar ubicado en el islote de Illa del Rei.

Además de estos monumentos, en tu ruta por los orígenes de Mahón tienes que visitar el Museo de Menorca. Lo encontrarás en la plaza del Monestir, en un antiguo monasterio franciscano, edificio histórico único en la ciudad con un impresionante claustro barroco con patio interior. Entre sus colecciones y exposiciones encontrarás piezas que te llevarán incluso más allá del nacimiento de Mahón como ciudad, directamente a la prehistoria de la isla, con numerosos elementos de cultura talayótica que no se pueden ver en ningún otro museo del mundo.

Después de una mañana de cultura e historia en el sentido más puro, callejea por el centro con tranquilidad, disfruta de la placidez de su ambiente marinero, de los recovecos de sus calles, busca una buena terraza para comer y encuentra los orígenes de Mahón en uno de sus elementos mejor conservados: su gastronomía.

Además de la caldereta de langosta, que es uno de los platos más suculentos y tradicionales de toda la cocina de la capital, no dejes de probar una buena tapa de ensaladilla con mayonesa autóctona (sí, aquí se inventó la famosa salsa con motivo del desembarco del duque francés Richelieu), empezar tu comida con la sopa típica (oliaigo con tomate), que se suele aderezar con olivas o con higos, y, de postre, carquinyols, crespells, bunyols, flaó menorquín o, directamente, un helado artesanal. Hablando de gastronomía y buena mesa, no dejes de acercarte a la única destilería de ginebra de Menorca: Xoriguer, en el Moll de Ponent de Mahón. Se puede hacer una cata y ver cómo elaboran este famoso gin mediterráneo.

Reserva la tarde para disfrutar de alguna de las calas más bonitas de la costa de Mahón: Cala Presili, Cala Tortuga, Cala La Torreta, Cala Tamarells, Punta Prima o Cala Mesquida. Muchas de ellas son calas vírgenes y casi todas son recomendables para ir tanto en pareja como con los niños. Al caer la noche, cena en Cales Fonts, en El Castell. Este pequeño núcleo de origen marinero es uno de los puntos de encuentro de moda en el entorno de Mahón, tanto para una cena romántica y unas copas después, como para disfrutar de una buena comida con la familia junto al mar y bajo las estrellas.

Día 2: Las verdaderas raíces de Menorca

Faro FavàritxMar y Barcos

Antes que nada, los paisajes, la vegetación, los insectos minúsculos, el mar… Todo ello estaba ahí y continúa siendo la esencia de Menorca, la clave de la isla original, su riqueza natural. Al ser prácticamente virgen en buena parte de su territorio, se ha convertido en un baluarte del paisaje más auténtico del Mediterráneo.

Por ello, luce orgullosa la declaración de reserva de la biosfera otorgada por la UNESCO y, por eso, buena parte de tu viaje a sus orígenes pasa por descubrir sus senderos naturales mejor escondidos. Así que prepárate para una jornada de senderismo y naturaleza viva. Haz la mochila, coge un buen picnic con productos típicos y no te olvides del mapa. Empieza la aventura.

Lo ideal es partir de Mahón hacia el Parc Natural de L'Albufera del Grau, el humedal más grande de Menorca, y tener como meta la zona del Arenal d'en Castell. Para vivirlo de verdad, lo mejor es hacer parte de ese recorrido a pie por el emblemático camino de Cavalls, una ruta que nació hace más de 700 años y que cubre todo el litoral de Menorca. Si puedes, elige un trozo del Camí dentro de L'Albufera: tanto si vas con niños, como si vas con amigos o con pareja, lo disfrutarás al máximo ya que su sendero permite, no solo una perfecta observación de la gran diversidad de aves que habita en este espacio protegido, sino que te llevará por rincones únicos junto al mar.

Una buena opción es hacer el tramo desde EL Grau hasta el faro de Favaritx, que es de unas tres horas (unos nueve kilómetros) y con dificultad media. Si viajas en grupo, lo mejor es dejar un coche en la meta y llevarse el otro a la salida para evitar tener que volver sobre lo andado. A lo largo de este y del resto de recorridos que se pueden hacer dentro de L'Albufera, encontrarás algunos de los vestigios prehistóricos más importantes de Menorca. La cultura talayótica se hace patente en El Grau, con el poblado de La Torreta, y en los monumentos megalíticos que te sorprenderán al paso.

Al llegar al faro de Favaritx te espera una sorpresa: el paisaje que encontrarás en este punto de Menorca, lejos de estar envuelto en bosques de pinos carrascos y encinas, entre lagunas, torrentes y playas de arena dorada, será como haber aterrizado en la Luna. En este viaje a los orígenes de Menorca no podían faltar sus espectaculares acantilados profundos y grandes láminas de roca de pizarra oscura, casi negra, que destella junto al mar.

Dado que a estas alturas del trayecto empezará a caer la tarde, la mejor opción es poner dirección a Fornells, darte un chapuzón en alguna de sus calas cercanas, como la famosa Cala Pregonda, y luego cenar temprano. En la zona del puerto, mirando a la bahía de Fornells y en sus calles aledañas encontrarás varios restaurantes en los que podrás degustar la que está considerada la mejor caldereta de langosta de toda Menorca. Para cerrar la jornada, pasea por el centro de la localidad y disfruta de un postre típico o de un refrescante helado artesanal.

Día 3: Viaje al corazón de la isla

Monte ToroAlaior

La Menorca pura, profunda, la más tradicional. Para encontrarse con los orígenes de Menorca y su esencia mejor guardada a lo largo de los siglos, pocos lugares tan apropiados como sus pueblos de interior. La tercera jornada de viaje, resérvala para adentrarte en la Menorca rural, una isla dentro de la isla donde parece que el tiempo se para cada vez que uno la pisa.

El Mercadal, Ferreries, Alaior y El Migjorn están llenos de espléndidas sorpresas para todos los gustos y son un auténtico placer para los sentidos. Son pueblos de costumbres milenarias, donde la arquitectura tradicional del campo menorquín da forma a sus perfiles y donde se pueden paladear sus mejores vinos, encontrar su más preciada artesanía, disfrutar de la gastronomía casera, de la plácida armonía de sus gentes y de sus incomparables fiestas populares.

El verano es una de las mejores épocas para conocer estos pueblos del centro de Menorca. El Mercadal, por ejemplo, es un buen comienzo. Ubicado en el corazón de la isla, vigilado por el punto más alto de esta, Monte Toro, este pintoresco municipio es como una postal: pequeñas casas encaladas dispuestas en estrechas y enrevesadas callejuelas salpicadas por bares, restaurantes y tiendas y museos de artesanía local. Existen visitas guiadas por el pueblo que, en unas dos horas, muestran sus puntos de interés imprescindibles y te llevarán a descubrir las tranquilas rutinas diarias de sus habitantes.

El centro del municipio, la villa de El Mercadal, está a los pies de Monte Toro, donde se encuentra el templo construido en honor a la Virgen de Toro, la patrona de Menorca, y sus primeras historias datan del siglo XIII. Hoy es todo un placer ver sus casas semicolgantes bajando la ladera del monte, pasear por sus pequeños puentes y sus calles más emblemáticas (la calle Major y la calle Nou) hasta tropezar con la sencillez de la silueta blanca de la iglesia de Sant Martí, el Molí del Racó, que todavía funciona, o visitar el Pla de les Eres, el aljibe del Camí d'en Kane, la primera vía que construyeron los ingleses en Menorca durante su dominio insular.

Una de las paradas obligadas es el Centro de Artesanía de El Mercadal, donde los productos más tradicionales se mezclan con las ideas de los jóvenes diseñadores de la isla. Al hablar de artesanía en Menorca es imposible no pensar en las abarcas: el calzado payés por excelencia que ha dado la vuelta al mundo y que se ha convertido en un must de la moda del verano en todo el Mediterráneo. En El Mercadal está el lugar donde se preparan a mano las abarcas más auténticas. Carmelo Servera, heredero del negocio de su abuelo, ha sabido seguir la tradición de generación en generación al frente del taller más importante de abarcas de Menorca: Can Servera.

De artesanía en artesanía, también debemos señalar que en El Mercadal están las bodegas menorquinas de donde salieron los primeros vinos con denominación de origen Vi de la Terra Illa de Menorca.

Si decides dedicar tu mañana a El Mercadal, además de paseos y compras, debes apuntarte al berenar tradicional. Vete a una terraza y, antes del mediodía, toma un buen pa amb oli tostado con unas lonchas de queso mahonés, o bien para en alguna de las pastelerías y hornos tradicionales que encontrarás por decenas en tus paseos (Cas Sucrer, por ejemplo) y compra los tradicionales carquinyols, unas pastas secas y crujientes hechas a base de almendras. Si te coincide y es jueves, te encontrarás el pueblo envuelto en un extraño bullicio inusual: es día de mercado artesanal y en él podrás encontrar, no solo bonitos objetos de recuerdo, sino deliciosos productos gourmets de la cocina menorquina más casera, como son los amargos, el dulce de Navidad por excelencia.

Las fiestas más animadas del verano en El Mercadal son en julio, en honor a san Martín, y, como es siempre tradición en toda Menorca, el caballo y los jaleos son elementos que nunca faltan. Las fiestas se prolongan durante días siguiendo las costumbres marcadas hace siglos y que los locales conservan y rememoran cada año con fervor.

Día 4: El pueblo más blanco del mundo

Ferreries Vista puebloFerreries Mercado

No se puede hacer un viaje a los orígenes de Menorca sin tocar uno de los centros de su corazón más rural, artesano y natural: Ferreries, el pueblo más blanco del mundo, según el escritor Josep Pla. Municipio conocido porque aquí fue donde estuvieron los musulmanes pasando sus últimas horas -concretamente en el Castillo de Santa Águeda-, destaca por integrar en su paisaje montañas y llanos llenos de campos fértiles. 

En Ferreries todo es slow porque ha sido así siempre. Porque saben que las cosas con calma salen y saben mucho mejor que las hechas con prisa. El frenesí del turismo llegó tarde a Ferreries. Aquí, aunque en mucha menor medida que antaño, aún se puede ver a los payeses trabajar el campo y cuidar de su ganado, mimar sus viñedos y preparar mermeladas, embutidos variados y cuixot.

Pero su artesanía no es sólo gourmet: aquí se fabrican excelentes muebles de madera, bisutería, se trabaja el mimbre con esmero, el hierro y el ébano. Todos estos productos, sumados a vinos, licores, mermeladas, miel y artículos de cuero, se pueden encontrar los sábados en el mercado artesanal que se celebra en la Plaça Principal del pueblo. Del centro histórico no te puedes perder el templo de Sant Bartomeu, la Casa de Ses Voltes, el Pla de l’Esglèsia, la Plaça de la Peixateria y la calle Dalt.

De su entorno más primitivo, merecen visita los restos arqueológicos del poblado de Son Mercer de Baix, en la zona de los barrancos de Son Fideu y Algendar, y la zona funeraria de Cova des Pas. De la historia más reciente, en Ferreries se concentran caseríos y fincas menorquinas tradicionales como en ningún otro lugar. Son Triay, Binissués y, el ejemplo más conocido, Sant Patrici. En este caso, S’Hort de Sant Patrici aglutina varias experiencias: desde un hotel a quesería y viñedos propios, huerta ecológica y una cuidada producción de productos locales elaborados de forma natural. Además, la finca incluye arte, hermosos jardines autóctonos, restaurante y hasta tienda propia.


Día 5: La cuna del queso

Queso MenorcaCova den Xoroi

Esta vuelta a los orígenes se cierra poniendo rumbo al este, volviendo hacia el punto de partida. Allí, a medio camino entre Ciutadella y la capital de Menorca se encuentra Alaior, un pueblo de pequeñas casas blancas que relucen bajo el cielo azul. Está cerca de las playas y del parque natural de L' Albufera y esconde uno de los mejores y más deliciosos secretos de Menorca: es el pueblo del que es originario el queso mahonés.

Una de las queserías de toda la vida es Quesos Torralba, que antiguamente estaba en el corazón del pueblo, en un pequeño establecimiento en la calle de La Bolla, y que hoy en día continúa trabajando sus quesos artesanos, pero ya en las afueras, en la zona de la carretera Nova, donde tienen más espacio. Según sus maestros artesanos, no hay dos quesos iguales, como tampoco hay un Alaior igual, vayas las veces que vayas. El pueblo cambia y se adapta, sin perder su esencia, pero ofreciendo siempre algo distinto.

Sí, Alaior es una caja de sorpresas. Por un lado, le arrebató el título de ciudad universitaria a las dos grandes, Mahón y Ciutadella, haciéndose con la única delegación de la Universidad de las Illes Balears que hay en Menorca. Otro aspecto llamativo es que Alaior es un municipio de interior, eminentemente rural, pero que siempre tuvo distinguidos habitantes de la nobleza menorquina. De hecho, la sede de la Universidad es precisamente el palacio Salort, una de las mejores muestras de lo que eran los palacetes de la gente más pudiente de la isla en el pasado.

Si te atreves a recorrerlo, seguirá sorprendiéndote: Alaior, aunque no es el municipio más extenso, sí concentra la gran mayoría de ruinas, monumentos y yacimientos arqueológicos de la isla como las navetas de Rafal Rubí y la espectacular necrópolis de Calesnoves, situada junto a la cala del mismo nombre y en la que se pueden ver hasta noventa cuevas excavadas en la roca. También se puede ver en esta zona un templo romano y construcciones marineras más recientes.

En el corazón del pueblo de Alaior, además de casitas blancas, podrás descubrir un asombroso patrimonio monumental: la acogedora capilla del Rosario, dentro de la iglesia de Santa Eulària, patrona de la localidad, pasando por sus callejones medievales repletos de encanto, el claustro franciscano de La Lluna, la ermita de Sant Pere Nou, el mirador del Ángel… Asimismo, irás encontrándote con centros de arte, galerías y exposiciones que te mostrarán el lado más culto, tradicional y ecléctico de esta tierra.

Después de un poco de cultura, toca ir un ratito de tiendas. Ya que estás en Alaior, nuestra recomendación es que apuestes por las boutiques gourmet, las tiendas de embutidos tradicionales y las queserías. Recuerda que te paseas por la tierra del queso y no deberías salir del centro de su casco antiguo sin llevarte al menos una pequeña muestra de su delicado sabor. Compra un poco de pan y llévate lo necesario para hacer un picnic en una de las playas de la localidad.

Su zona litoral, a la que puedes bajar una vez que hayas terminado las rutas por el casco histórico, cuenta con algunas de las playas más hermosas del este, como Son Bou, cerca de la cual hay una atalaya defensiva del siglo XIX que merece la pena visitar, y Cala en Porter, donde se encuentra uno de los mejores lugares para disfrutar de un atardecer con puesta de sol y un brindis con pomada (gin menorquín y limonada) o algún cóctel exótico: la Cova den Xoroi.

Tras caer el sol, la zona ideal para hacer un alto en el camino y tomar algo es la de Es Carreró y la plaza de la Constitució, en el mismo centro de Alaior, a poca distancia del edificio del ayuntamiento. Allí tendrás varios restaurantes y tabernas con terrazas para elegir, cocina local e internacional para todos los gustos y, además, los miércoles de verano por la noche se suele celebrar un mercado artesanal que lo impregna todo de un ambiente perfecto para disfrutar de un rato divertido tras la cena.


Guía para el viajero sostenible en las Islas Baleares

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