El sabor de la huerta
El recetario mallorquín es pródigo en platos sencillos pero de sabor contundente. El tumbet resume los grandes pilares de la gastronomía insular: ingredientes humildes, de la huerta estival. El mejor ejemplo de que la dieta mediterránea es tan sana como apetitosa.
El tumbet se puede comer caliente o frío. También se puede acompañar con trozos de lomo, costillas o chuletas de cordero. Es tan versátil, que puede ser un plato principal por si mismo, ideal para vegetarianos, o como elaborado acompañamiento de carnes y pescados tan mallorquines como la serviola, la llampuga o el bacalao.
La elaboración es sencilla, aunque laboriosa: se fríen por separado rodajas de calabacín, berenjena, pimiento y patatas. Se colocan por capas. Primero la patata como base, luego el calabacín, la berenjena y una última de pimiento. Se riega con salsa de tomate y al horno, para que los sabores se mezclen y amalgamen.
Es un claro exponente de las bondades de la dieta mediterránea y su receta se remonta al siglo XVI, con la llegada de la patata y el tomate. Tal y como muestra el recetario La cuyna mallorquina, publicado en el siglo XIX por Pere d'Alcántara, existía una versión que llevaba patatas, pimientos, tomates y ajos, servido con carne hervida. Luego se añadió la berenjena y el calabacín. Se trata de ingredientes tan sencillos que en la cocina mediterránea pueden hallarse equivalentes al tumbet mallorquín. Así, recuerda a la samfaina de Cataluña, el ratatouille francés o puede emparentarse como primo lejano de la musaka griega.
Los cellers de la isla no pueden obviar al tumbet mallorquín, que sirven en cazuelas de barro todo el año, aunque en verano resulta delicioso como plato frío y reposado. De cualquiera de las maneras, frío o caliente, en casa o en un restaurante, no puedes dejar de probar este delicioso plato.
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